Alberto Ibáñez, la pintura y su construcción

Ramón Almela. Doctor en Artes Visuales

Oliver Debroise afirmaba hace seis años, analizando la Bienal Tamayo de Pintura, que si la pintura aún tiene capacidad de expresión, análisis y crítica es a través de las múltiples posibilidades de la figuración, sus variantes en cuanto a formatos, yuxtaposiciones, ejercicio de iconografía y sus vinculaciones con otras disciplinas de las artes visuales. En esta confluencia se ubicaba el artista poblano Alberto Ibáñez quien ha destacado con su producción en certámenes y galerías. El discurso de la obra de Alberto Ibáñez "Los nuevos profetas de Alberto Ibañez" con sus series "Falsos profetas" y "Los nuevos profetas" se situó mayormente en la intersección de la imagen de historieta con la expresión lineal y un sentido irónico y crítico de lo visual en la realidad globalizada actual. Su producción artística se orientaba hacia una actitud intelectual y afectiva sostenida sobre esos personajes popularmente conocidos. Su obra es fácilmente accesible por el público en esta "sociedad del espectáculo" pues se establece en una encrucijada de culturas, desplegando un discurso elaborado sobre la síntesis "ídoloescultura-pinturarepresentación" que conecta el imaginario colectivo con la experiencia actual de la imagen.
El discurso de su obra continuó en la línea formal de la superposición de collage de figuras lineales sobre un paisaje donde el sentido se debilita derivándose más hacia la propia construcción de la representación visual, su realización pictórica, tratando de evidenciar el problema de la pintura. El recurso de la imagen incipientemente inacabada donde se aprecian los trazos lineales de dibujo previo sirvió de tránsito a la siguiente serie "El objeto de la pintura" que se expone en Puebla en la "Galería de Arte Contemporáneo y Diseño" (12 norte 607, Barrio El Alto) hasta el 7 de Mayo bajo el título "Pintura Fresca".
La exposición se divide en dos áreas que comienzan con una pequeña obra evocadora del cuadro "Las Meninas" de Velázquez orientada bajo su estilo anterior de historieta, y que conduce al encuentro de pinturas de objetos representados con fidelidad realista, pero con áreas parcialmente inconclusas con la intención de evidenciar las condiciones de existencia del objeto en la representación a través del análisis de los procesos de construcción de la imagen pictórica. En la segunda área, donde considero existen varios aciertos iluminadores, se encuentran las más recientes producciones que ahondan en la discursividad conceptual de la pintura y sus condiciones de posibilidad y viabilidad a través de la simbología del globo ilustrativo, el bocadillo de las viñetas narrativas.
La ansiada expectativa por ver el itinerario que seguía la reflexión artística de Alberto Ibáñez, se ha tornado en decepción. El desencanto de comprobar que la construcción del lenguaje pictórico forjado con la congruencia de la representación de la historieta imbricada con la reflexión simbólica de contenido sarcástico sobre la sociedad consumista bajo el dominio ideológico de las masas, se ha encauzado hacia la reflexión del ser de la pintura que ha desenmascarado la falta de conocimiento pictórico de Alberto Ibañez cuando, precisamente, ahonda en la esencia de la pintura.
Aunque mi opinión resulte dura y contraria a la idea asumida con respecto a alguien ampliamente aclamado, inclusive anteriormente por mi labor crítica, creo necesario señalar sin reservas unas objeciones que encuentro en su orientación actual y que revela, así mismo, la extensa problemática en la enseñanza de la representación pictórica en las escuelas de arte de Puebla, desde el Instituto de Artes Visuales hasta la UDLA, en donde Alberto imparte docencia. Alberto Ibáñez se arroga la tarea de descifrar el objeto de la representación a través de los recursos de la disciplina pictórica prescindiendo del conocimiento que carga la historia de la misma pintura. Realmente es una actitud ambigua, pues por un lado se somete a la disciplina formal de la construcción del valor tonal de claroscuro con habilidad imitativa del degradado, reviviendo las estrategias figurativas de la pintura del Renacimiento y el Barroco, y sin embargo, en la aplicación colorista se muestra cercana a la presentación pictórica "naïve", la pintura ingenua del aficionado. Las imágenes de los cuadros de Alberto Ibáñez se acercan a la actitud "kitsch", la cultura convertida en mercancía popular, donde el arte genuino se domestica para que el producto llegue a todos difuminando los valores artísticos. ¿Es un signo más de la predominante cultura "kitsch" donde la "Sonora Margarita" se funde en actuación musical con la "Orquesta Sinfónica de Puebla"? Puede ser que por ahí la reciente obra de Alberto Ibáñez se sostenga como aportación creativa, pero la intención es muy distinta según proclama el propio autor en un texto que organiza la explicación de su planteamiento que tiene más de razonamiento filosófico que de convergencia cultural consumista.
El problema radica en la distancia entre esa especulación intelectual volcada en el texto y su aplicación práctica donde en primer lugar, el artista se contradice cuando dice que "los lenguajes figurativo y abstracto de la pintura tienen fundamentos... radicalmente opuestos" y luego afirma que "las condiciones de posibilidad de la pintura figurativa son las mismas que las de la pintura abstracta". La dicotomía entre lo figurativo y lo abstracto ha sido remontada ya a través de las controversias originadas por la aparición de la pintura que Malevitch denominó "no-objetiva" distanciándose del término "abstracto" de Kandinsky, y que posteriormente el término derivaría hacia la denominación de esta actitud artística como "arte concreto" alejándose de la dicotomía realismo-abstracción.
En segundo lugar, el texto aborda la explicación de la "incompletud", como el mismo denomina, del trazado matérico de las imágenes presentadas para afirmar literalmente que "la pintura no está acabada" desde el supuesto "Fin de la pintura" en el contexto actual del arte cuando la polémica, enraizada en la extendida tesis post-hegeliana de Arthur Danto del "Fin del arte" ha sido más que allanado desde la producción pictórica de los ochenta, y las consiguientes reapariciones y vigencia de la disciplina impulsada por el mecanismo mercantil de la institución-arte (precisamente se experimenta en la actualidad un reimpulso de la pintura).
Y en tercer lugar, su propuesta básica de mostrar tautológicamente, en forma redundante, la dimensión de las condiciones de la propia pintura tropieza con la producción de la imagen por el autor en su realidad intrínseca bidimensional. Utiliza la degradación del color aclarando con blanco para expresar la luz y ennegreciendo para expresar la sombra, método incompatible con la representación en pintura. Esto ha sido claramente expuesto por Cézanne al reemplazar el verbo "modelar" por "modular" cuando se quiere animar la superficie de color con el procedimiento que Delacroix describía en su "Diario" cuando advertía la intensidad del color por la multiplicidad de toques de verdes distintos del paisajista inglés John Constable. Y es más, Alberto Ibáñez en sus imágenes parece desconocer toda la percepción que Delacroix desarrolló descubriendo el papel de los colores complementarios en la naturaleza y su actuación a través de percepción de la sombra y la luz que será la impronta característica de la pintura impresionista.
En la representación pictórica existe una contraposición entre la estrategia del claroscuro donde los valores son animados según la fórmula del "modelado" y el dinamismo del flujo compositivo, y la estrategia del "modulado" de los colores en la superficie pictórica que crea su propio espacio en el cual toma sentido la forma de los objetos. La imitación de la fotografía que realiza Alberto Ibáñez en el esfuerzo por constituir una superficie-espacio "rellenando" las formas marcadas por los contornos dibujados es un concepto desviado de la esencia de la pintura donde la modulación y la perspectiva cromática crean el espacio-superficie que originará la forma capaz de tomar una significación.
La pintura se orientó en el pasado hacia la voluntad de posesión de lo real; atrapar la realidad dentro del marco. Era la trampa de la ilusión tendida al espectador. La racionalidad establecida del Gótico y el Renacimiento se vuelca con el Barroco en la alegoría como sistema de movilidad infinita de los significantes; la realidad y la ficción llegan a confundirse en un entramado simbólico único dentro del marco. Desde la edad Moderna el mundo mismo se entendería como imagen. El trabajo central de los pintores contemporáneos sería destruir la
concepción de la pintura como cuadro, como lugar de visión aislado de las demás visiones fundiendo el arte con la vida. En 1993, la Enciclopedia Británica corrigió su definición de pintura como: "La expresión de ideas y emociones en un lenguaje visual de dos dimensiones". El debate de la pintura se encuentra en la dialéctica de la representación inmersa en la triada Imagen-Pintura-Representación donde la mirada vincula los tres elementos que, como Oliver Debroise afirmaba, en la pintura encontrará su capacidad y función actual en su vinculación material y de sentido con otras disciplinas visuales.
El quehacer intelectivo de Alberto Ibañez propugnó el desvelamiento de la construcción pictórica tal como se muestra en la exposición "Pintura Fresca", que se distancia de la problemática actual de la imagen como régimen visual de circulación del arte y del sentido, entronizándose en un discurso superado del análisis pictórico, que además no contribuye siquiera a delimitar los recursos propios de la pintura.
Un foro de discusión en mesa redonda sobre PINTURA CONTEMPORANEA se llevará a cabo este Miércoles 19 de Abril en la Galería de Arte Contemporáneo y Diseño a las 5:00 pm participando los artistas expositores actuales Alberto Ibáñez, Beatriz Ezban junto a Gerardo Ramos Brito, Anibal Delgado y Ramón Almela.
Publicado el 13 de Abril de 2006