Javier Marín, seducción y turbulenta expresividad

Ramón Almela. Doctor en Artes Visuales

El encuentro con las piezas de Javier Marín no deja impasible, reclaman la emoción del espectador. No se puede pasar desapercibido ante su obra, pues moviliza y hace vibrar sensaciones de angustia, corporalidad traumada, sentimientos palpables en la materia atormentada.
El Museo Amparo ofrece un recorrido con esculturas de Javier Marín que imbuye al visitante en una experiencia de gesto renacentista, manierismo y sensualidad torturada que sin duda deja huella en el recuerdo del espectador. Hasta el 9 de Mayo está abierta la muestra "Retroperspectiva", 48 piezas rescatadas de su estudio, algunas de ellas sin concluir, que aportan una panorámica del diálogo de Javier Marín con los materiales y formas humanas. Pruebas de taller, memoria y registro del espíritu de búsqueda y afirmación de ideas que acabaron vertidas en figuras concluidas y emplazadas en el lugar planeado. Javier Marín voltea hacia el pasado y arma un discurso de formas que, a fuerza de estar presentes en el espacio de su estudio, se han organizado componiendo conjuntos de intensidad ineludible como ese conjunto suspendido de un andamiaje.
Exacerba palpablemente expresiones, movimientos y detalles anatómicos seguidos por un instinto de afirmación de turbulenta expresividad. Hay un indudable rastro Rodiniano en el tratamiento del movimiento, la luz, el espacio y el material. La figura humana hasta el siglo XX había sido el tema básico de la escultura. La sugerencia de acción y movimiento, frecuentemente violento y variado, eran parte esencial del repertorio de la escultura renacentista, y con Rodin fue empujada a la dimensión de la superficie donde la destrucción y lo inacabado eran manifestación patente del proceso e interacción luminosa de la materia con el espacio. En las obras de Javier Marín también se aprecia el registro fiel del quehacer de las manos y las herramientas sobre el barro que atrapan la visión entre la representación y la acción de su construcción. Las piezas de Javier Marín transmiten su proceso y ejecución como elementos inherentes a la misma obra. Pero no se queda ahí. Maneja lo corporal y la materialidad con un dinamismo contagiante. Las posturas de sus esculturas inducen la lectura de sentimientos por connotación y por interpretación del lenguaje del cuerpo al invocar el imaginario icónico inscrito culturalmente. Sus figuras lo mismo se reducen a pequeños detalles del rostro y cuerpo enmarcados por inquietas vetas de la madera natural, que son figuras en proporción disminuida, en tamaño natural, o de volumen espectacularmente descomunal.
Las dimensiones de varias de estas obras conllevan un sentido de drama espectacular como Guy Debord escribía en "La sociedad del espectáculo" lo que podría ocurrir con los medios al convertir el drama real humano en objeto espectacular de disfrute estético. Anteriormente, advertía Walter Benjamín que la autoalienación del ser humano alcanzará un grado que le permitirá vivir su propia destrucción como goce estético. Estas mismas ideas son las que el propio Javier Marín proyecta a través de su obra y su reflexión verbal cuando afirma "Veo al ser humano como una pieza en extinción, absolutamente condenado a desaparece, y lo peor es que se va a autodiseñar bajo el control genético". Esta descomposición del ser humano se revela palpablemente en algunos grupos de esculturas de Javier Marín con ensambles de fragmentos corporales y figuras que semejan imágenes dantescas del infierno: Torsos retorcidos, volcado y deshechos.
Sus creaciones sobrecogen el ánimo al invadir el espacio con una presencia contundente, además del destacado olor a resina que irrumpe en la percepción olfativa del visitante de esta muestra. La museografía de las salas del Museo Amparo facilita un encuentro gradual con las piezas llegando desde las imponentes cabezas de la entrada, a las figuras colgadas de un andamiaje, hasta la sala donde una plataforma de madera sirve de acogida al encuadrar el acercamiento a la materia y el espacio de la escultura mostrada.
Javier Marín estruja el sentimiento de su visión-expresión con las manos. En el modelar, el hablar con las manos se hace dicción-seducción, y al modelar se construye su propia imagen en una relación intransitiva con la obra: Cuando parece que es el artista el que realiza la obra, es quizás la obra la que conforma la esencia del artista. La importancia ofrecida a las manos y los pies en sus figuras completas no es gratuita. El desarrollo perceptivo espacial del yo evoluciona desde el conocimiento bucal hacia las sensaciones advertidas por el propio cuerpo desplazándose en equilibrio con los pies y las manos por el espacio. Estas extremidades y la boca se privilegian en las actividades de percepción del espacio y el sentido del tacto. Así en la obra de Javier Marín esas manos se extienden amplias y desproporcionadas como confirmación del espacio que generan los cuerpos, y al mismo tiempo, la superficie de su obra es vestigio de los trazos de sus dedos depositando y moldeando el barro.
Sus esculturas son seductoras. El cuerpo es el soporte de la seducción, pero se observa en la extensa obra de Javier Marín que siendo el tema el cuerpo desnudo, la seducción no surge de una maquinada erótica belleza desnuda. Las esculturas no se sienten desnudas. Es una corporalidad seductiva distinta. Es la propia materia de la escultura la que apela nuestra naturaleza y seduce creando un ser-entre-nosotros que condensa imaginación y mitología. Ese cuerpo es la materialización de Eros, belleza y amor, y también de Tánatos, violencia y muerte. Las formas de las esculturas de Javier Marín seducen y atrapan en un duelo intenso entre la estética y lo agónico. No es la contemplación de la armonía exaltada, sino la enrevesada energía de la pasión hecha trazos y volumen. Guerra y Amor colapsando en las formas humanas contrapuestas y destacadas en esa lucha donde lo femenino y lo masculino se funden convirtiéndose en arena de seducción.
Ensimismado en la monumentalidad, en la mezcla de materiales, ensamblajes de fragmentos y efectividad escenográfica de sus cabezas y figuras, Javier Marín puede caer víctima de su propio éxito demandado a producir el mismo carácter de imagen como estrategia aprendida para sobrevivir. Su obra se puede transformar en artesanía perdiendo su fuerza de sorpresa e innovación de sentido cuando se reproduce a sí misma y deja de ser el reto de la vivencia y diálogo con un entorno cambiante. Por supuesto que el tema del cuerpo admite más variaciones dentro de su esquema, pero ha de cuidarse de ser asimilado por el voraz consumismo del objeto como decoración, simbología de propiedad, distinción e inversión que derraparía su intensa vitalidad humanista.