Joaquin Conde. El cuerpo humano

como materia escultórica.

Ramón Almela. Doctor en Bellas Artes

Brutalidad enérgica a través de contorsiones y fragmentación de la materia. Exaltación de posturas de la figura humana. Las piezas nos invaden con sus ausencias y las tensiones de los personajes. Detenidas en el proceso, la construcción de estas obras, de estos entes escultóricos de cemento, nos involucran en su contemplación.

Joaquín Conde con la exposición "Tensiones y tentaciones" nos conduce en un paseo por la rampa de la biblioteca de la U. Iberoamericana al encuentro de la figura en construcción. Estos entes escultóricos nos atrapan en nuestra búsqueda de formas reconocibles recorriendo su composición. Y al mismo tiempo, el espacio de la rampa ha sido intervenido con la colocación de las esculturas. La bajada y el ascenso por el camino de la rampa se produce, si cabe, en un sentido de zig-zag aunque no lo estemos ejecutando físicamente. El espacio ocupado por las piezas no es tan absorbente y contribuye a su presencia. Es un espacio ciertamente problemático para disponer construcciones escultóricas y Joaquín Conde ha volcado todo su esfuerzo para que la apreciación de la obra no se viera estorbada por el medio físico. Y con toda esta dificultad, hay que felicitarlo pues las obras son accesibles. Algunas piezas responden a una confrontación plana del espacio dentro de la tradición de los pintores del comienzo del siglo XX (Jacques Lipchitz, Giacomo Balla, Archipenko) que realizaban escultura enfatizando en un solo plano frontal varios perfiles, por lo que la percepción de estas obras permanece estable al apreciarlas sólo de frente. Otras piezas son bien apreciadas por su tamaño, o por la situación en el suelo hace que las veamos desde un punto de vista elevado. En la rampa de la U. Iberoamericana se produce un fenómeno ambital de encuentro a través del tránsito de subida por la galería como un entorno reconfortante y el de bajada se convierte en un renovado encuentro con la exposición inmediatamente vista antes.
Detenidas en el proceso, la construcción de estas obras, de estos entes escultóricos de cemento, nos involucran en su contemplación.
Una opinión extendida como comentario entre los espectadores de esta muestra, elemento relevante de lo que apreciaban, es el que las obras tienen "movimiento", y la "textura". Creo que supone una lectura muy desviada de la esencia de la obra. Esto es resultado de la inadecuación-ineducación de nuestra cultura para el tratamiento de la escultura y se abordan como problemas de índole textual-textural-bidimensional, como un pacto implícito entre texto y tejido, actividad caligráfica y textura compositiva de superficies planas relativas al proceso pictórico. La escultura debe abordarse como problema existencial-situacional, y en clave de drama, pugna por la solución a una trama que nos atrapa. Es la aventura implícita del hombre enfundado en su cuerpo.

Podemos advertir especialmente en la obra de Joaquín Conde la fecundidad del drama creador a través de la conjugación de fragmentos como entramado biológico inacabado eternamente que se orienta en el espacio. No es movimiento lo que destaca en las obras de Conde, es el "inmóvil expresivo". Y si acaso sí, ese "movimiento vital" del que habla Susan K. Langer cuando se refiere al gesto que es, al mismo tiempo, subjetivo y objetivo, personal y público, querido y percibido. El cuerpo es un lenguaje, no una estructura; sobre la superficie de la piel la vida se delata. En cada movimiento de los miembros se expresa otro más profundo que proviene del ser interior.
El cuerpo humano como materia escultóricovital. En las figuras de Conde se está dando un diálogo profundo. La construcción de las mismas surge desde la dinámica involucrada del autor en la vida; y las piezas responden a ello de modo intransitivo construyendo al propio autor. Aplicando la estructura triádica de Heidegger "construir-habitar-pensar", pues la misión de la escultura es habitar, podemos extraer la dinámica del esquema vivencial del proceso a la que se superpone en correspondencia el esquema tríadico "escultura-cuerpo-escribir". El artista
habita en la obra mientras piensa la vida y construye la escultura. Y la interrelación que se establece entre estas dimensiones se decantan en la correspondencia paralela, asímismo interrelacionadas, de la escritura en el espacio ordenando las formas, el lenguaje del cuerpo, y la propia materia-escultura.
La escultura debe abordarse como problema existencial-situacional, y en clave de drama; pugna por la solución a una trama que nos atrapa.
Estos personajes a los que nos enfrentamos y nos miran desde sus cuerpos resultan estructuras que apenas son y dejan de ser en un ámbito de pensar la materia que termina construyendo, logrando una figura arrancada a esa materia. Materia que se presenta parduzca o verde oxidado como estructura biológica entrópica. Esas mismas varillas de alambre que se dejan aparecer entre los miembros o como prolongación de los mismos extendiéndose en el espacio son parte inherente de la obra y nos remiten a la trama de las relaciones humanas, conexiones, enlaces que establecemos, que nos sujetan y sustentan y que se manifiestan en nuestra vida.
Son obras que, gesticulando y angulándose, resuelven el drama de la vida haciéndo el amor a la realidad.
El aspecto de las posturas en las obras de Conde maneja el vocabulario de la danza como factores y movimientos instintivos que persisten en las formas y acciones más primitivas y antiguas del cuerpo humano. No son una excusa estetizante de las posturas de expresión danzísticas, en nada asimilables a la danza clásica. Se entroncan más bien en la búsqueda de autoconocimiento de la danza contemporánea desvinculada del lenguaje discursivo. Es, como afirma Alberto Dallal, una búsqueda inconsciente del código corporal interno encauzado a las formas expresivas. Las piezas de escultura parecen condensar en la materia lo que, así mismo dice describiendo la danza, que es una sensualidad sin sexo ya que en el acto creativo sobreviene y se convierte en expresión el propio sexo del bailarín como inclinación interna de ser.

Son obras que, gesticulando y angulándose, resuelven el drama de la vida haciéndo el amor a la realidad.