El agua que corre desliza la emoción de acercarme a ti. Oigo tus movimientos en el baño. La puerta quedó entreabierta. La tentación corre silenciosa y provocativa. Estarás contemplándote ante el espejo. Callada. Los cierres huyen dejando tu cuerpo semidesnudo. Tu ropa se descuelga de tus manos descubriendo tus superficies eróticas y amables que tus manos recorren acercándote al sostén que cae, y a esos panties juveniles, último parapeto de la intimidad imaginada. El espejo queda desierto y mi imaginación poblada de ansiedades, mientras la puerta del baño sigue entreabierta dejando oír el murmullo del agua chispeando sobre tu cuerpo.

La humedad que ahora cubre tu cuerpo inunda mi interior. Me ahogo en ese deseo acuoso, en esa intensidad muda de olores enjabonados, de pelo enredado a tu rostro, de piel atrevida. ¿Y si entrara? ¿Si la puerta traspasara ingresando en esa nube de vapor que recorta tu resplandeciente figura? Mi cuerpo desnudo y excitado se abalanzaría a tocarte, a sentirte resbalando en tus miembros por los que el agua chorrea. Me aferraría a tus labios desbordados que absorberían mis besos como el agua que corre entre nosotros. Las palabras quedarían jadeantes incapaces de decir lo que se siente en este baño de placer y goce atenazado a tus pechos erguidos, serpenteando por tus muslos, mordisqueando tus pezones tiesos. Me encajo entre tus piernas estrujando tu vientre ardiente que quema mi miembro que te busca en un torrente alocado y jugoso. Salpicados por la ducha, mi arroyo húmedo se verterá como una corriente más, esparciéndose por todo tu cuerpo.

El espacio se vuelve distante cuando veo la puerta entreabierta separándome de tu imaginado cuerpo húmedo y caliente que cierra el grifo cortando la sinfonía de vaho y goteo erotizado.

La tarde caía roja sobre el paisaje observado desde mi ventana. El templado recuerdo de tu rostro aviva la memoria del momento que nuestros cuerpos se expresaron. El deseo por tenerte sigue cabalgando recóndito. He de encontrarte, y te busco al celular. Me contestas sonriente y mi esperanza se expande cuando me dices que estás en el baño. El agua corre impetuosa como la idea de saberte desnuda y mojada. La conversación sigue humedeciendo la imaginación. Me cuentas como te rozas, como pasas la esponja por tus piernas en las que discurren chorros de agua por donde mis dedos quisieran deslizarse. Tu mano se detiene voluptuosa y sensual. Me lo haces saber y me excitas. Quisiera verte haciendo de tus dedos la envoltura de tu sexo ardiente. Los gemidos estiran las palabras que no pronuncias al teléfono, mientras me imaginas a tu lado bajo el agua atrapando tu menudo cuerpo.

Te oigo y te imagino en el caliente y resbaladizo baño que te presenta a mí, desnuda y sabrosa, purificada y deseosa bajo ese velo de placentera lluvia. Tu mente hace eco a mis palabras y no se detiene. Tus manos son mis manos que te repasan amablemente, rodeándote. Mis palabras son tus caricias, mi voz tu estímulo que te hace sentir henchida en la sensualidad entregada, en la delicadeza jugosa de la ternura húmeda. El teléfono que nos separa parece arrimarnos en los entrecortados vocablos de ansiedad que pronunciamos como si estuviera bajo tus senos mojados y dispuestos a mis besos, a mi lengua, repasando sus formas tersas que se contonean sobre mi rostro exaltado por tu belleza.

Arrimada en la esquina, empapada, las piernas abiertas, desesperada por tenerme cerca de ti suspiras agarrada al celular que se hinca en tu pensamiento liberado bajo la ducha. Yo, apoyado en la ventana, viendo la noche mientras sostengo el teléfono en una mano y los deseos desparramados en la otra.

Ramón Almela
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