Me desnudo frente al espejo antes de permitir que el agua gotee mis senos redondos. Me detengo por un momento frente al espejo para observarme. Intento adivinar qué ves en mí que te excita tanto.

Intento mirar fríamente mis senos para juzgarlos. No lo consigo, porque inmediatamente los imagino entre tus manos, en tu boca, con tu lengua inquieta reconociéndolos. Veo cómo poco a poco, respondiendo a la presión de mis dedos, comienzan mis pezones a despertar. Miro mi vientre de mujer. Mi mano libre recorre mis labios vaginales con la tentación de jugar con el pequeño montículo que guardan. No se lo permito; al menos no todavía.

Mi respiración, un minuto antes acompasada, se altera. Me doy vuelta para ver mis nalgas desnudas. Otra vez, sin tus manos que las empujan contra ti, nada valen. Te imagino sobre mí cuando estoy echada en la cama dándote la espalda. Tú me penetras absorto en ellas, mientras musitas a mi oído, te quiero y muerdes mi cuello y mis orejas. Tu peso y el movimiento vertiginoso que imprimes aplastan mis senos contra las sábanas revueltas, mi intimidad se fricciona contra ellas, llevándome al orgasmo, excitada y satisfecha pues obtengo el placer por todos lados.

Mis manos se impacientan al recordarte, empiezo a sentir un latido entre mis piernas y una vaga humedad se hace presente.

Miro mis piernas ahora. Las veo delgadas pero firmes. Las veo enredando tu cintura, tú arrodillado frente a mí, yo recostada viéndote. Las veo ahora enredar tu cuello para permitir que llegues aún más dentro. Tu furia me castiga por las horas de ausencia, de silencio. Tu pene no perdona, exige firme sus derechos. Reclama vagina, boca, manos, senos apretados contra él. Exige ser atendido, besado, estrujado, exprimido. Tu cadera le apoya. No se conformará con dormir tranquilo entre mis nalgas, no. Exige bañarse en la miel de mi saliva y de los espacios que sólo a él, a tus dedos y tu lengua pertenecen.

Me veo completa, entiendo porqué me ves como lo haces. Desde que te conocí, mi cuerpo sabía que el tuyo le reclamaba. Eso pasó sin mi consentimiento y bajo tu complicidad. Pero sucedió también, al final con mi complacencia.

No puedo más entonces. Mis dedos juguetones saben lo que tienen que hacer. Pero quisieran poder hacerlo frente a ti. Empiezo lento, rítmico, ya no puedo pensar, me desespero porque el recuerdo no alcanza a penetrarme tanto como tú. Mis dedos lubricados en consecuencia, no llegan donde tú sí lo haces sin esfuerzo. Mi mano izquierda busca mi cintura, mi busto ansioso. Mi mano derecha recorre la línea que separa mis nalgas para abrirlas y encontrar un espacio entre ellas que me llene de placer. Así, abierta, deseo intensamente podértelo ofrecer.

Al fin, el orgasmo me sorprende de pie, lo dejo llegar imaginándote. Siento las contracciones de mi espalda, de mis nalgas, de mi vientre. Me derramo con los ojos cerrados. Cuando abro los ojos, ya no está más mi reflejo, sino el tuyo, que me mira complacido. Y entonces me doy cuenta: todo esto, aunque maravilloso, ha sido inútil, pues ahora estoy deseándote más.

Espejo
Texto: Susana Bello
atc@criticarte.com
Fotografía intervenida a partir de un original de José Luis Armentia
info@cromatismos.com
Publicado el 2 de Enero de 2011